26.12.08

El momento mismo


es el momento mismo en que te amo
y llego a ti penetro
en tu valle en tus dos manos

es el momento mismo en que el amor
brota un río verde en cada uno
y nos vuelve a otro sueño
en otros corredores

un cielo nuevo nos abre su puerta lateral
un pájaro un pulpo negro y blanco
una arcilla un rayo un niño nos recibe
y el aire cambia y la tierra grita
en nuestras bocas

cielo serpiente día tuyo y mío
noche entreabierta
asombro de tenerte
viajero en tu verano lento

vamos lejos no volvemos
no hay memoria ni días castigados
es el momento mismo

¿cómo oponer un yo desventurado
tan solo tan pequeño tan hambriento
a esta incesante clara abierta incandescencia?

Edgar Bayley
De Celebraciones (1968-1976)

28.6.08

Ecuación animal

 
A la tarde es cuando vienen,
bandadas de gorriones
y cuervos de un azul oscurísimo.
Picotean siempre sobre el mismo espacio,
como si un círculo imaginario
les hubiera sido asignado.

Por lo general no se molestan,
indiferentes a la existencia del otro.

Hasta que un gorrión se rezaga
y los cuervos, como ante una señal convenida,
levantan vuelo
y aletean en torno a él por un segundo:
ni siquiera llega a verse la sangre.

Los demás gorriones quedan inmóviles:
sólo vuelven a picotear cuando todo ha terminado.

¿Será por miedo a arriesgarse
o porque comprenden la irremediable suerte
que correrán algún día?
 

Sahumancia

Un viejo poema del 2006, inspirado en algo sucedido hace muchos años.


No te vi al entrar,
cegado como estaba
por las luces.

Vos
eras la sombra que avanzó
            –¿desde qué lago,
            desde qué lecho?–
para tomarme del brazo.

        La voz te delató.

Algo se abría
            –un resonar metálico,
            un zumbido opaco–
al terminar cada palabra,
en el borde mismo
de la frase.

        ¿Cuántos muros de incienso quemamos
        en puentes de ceniza?

9.5.08

Palomo herido

Un poema del año pasado.


Sostengo entre mis manos
como una ofrenda
un palomo herido.

Obstinadamente
se picotea debajo de las alas
se arranca las plumas
hasta hacer saltar la sangre.

Abandonó el alimento
resignó el agua
como si negara
el pulso del instinto.

Un palomo herido
como una ofrenda
sostengo entre mis manos.

Poemas de Robert D'Arbre (1899-1952)

En 1968, Aldo Pellegrini se encarga de traducir y prologar para la Compañía General Fabril Editora a un poeta belga que, exceptuando quizás alguna traducción de un poema suyo en la revista Poesía Buenos Aires de los ’50, resultaba totalmente desconocido para la lengua castellana: Robert D’Arbre. Actualmente, el libro Entre líneas. Poemas reunidos se encuentra agotadísimo en librerías; ante la imposibilidad de reeditarlo por cuestiones de derechos de traducción, transcribo aquí, como una somera muestra, el prólogo de Pellegrini y algunos de los poemas de D’Arbre, en exclusiva para el blog.

Introducción

La lectura de los estudios críticos existentes en torno a la obra de Robert D’Arbre (1899-1952) no sirve, a nuestro juicio, más que para conocer el título y el año de sus heterogéneas publicaciones. Entre vanguardias, entre guerras, se ha intentado vincular al poeta sucesivamente con el simbolismo, el expresionismo, y el nouveau roman. Nosotros hemos preferido sumergirnos en la obra del poeta considerándola como una unidad en sí misma, valorándola en su justa medida individual, aunque sin descuidar los datos biográficos más relevantes de cada momento.

D’Arbre nace a fines del siglo XIX en Amberes, hijo de una familia belga tradicionalmente vinculada con sus familiares franceses. Por ese motivo, toda su obra se encuentra escrita en francés, exceptuando el uso de ciertas expresiones alemanas que le resultan “intraducibles”.

Tanto en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial, él y su círculo más cercano de afectos buscaron refugio en Francia. De estos traslados surge su correspondencia con André Bretón, que muchos críticos han utilizado para vincular a D’Arbre con el surrealismo (de hecho, su nombre aparece en el Segundo Manifiesto Surrealista). Sin embargo, el tema de la búsqueda de identidad en su obra temprana, así como el ‘clima de época’ de principios de siglo, nos tientan (retrospectivamente, por supuesto) a vincularlo más estrechamente con la obra de Kafka.

Dejando de lado algunos poemas olvidables publicados en la revista Minotaure, sin duda su primer trabajo relevante y “orgánico” como libro fue Chatêau de l’île de Jersey, un extenso poema que refleja el profundo impacto que le causó su visita (según la mayoría de los críticos, en 1926) a la isla donde había residido tantos años “autoexiliado” de Francia el poeta Victor Hugo. Algunas reseñas de la época indican una fuerte deuda con El cementerio marino de Paul Valéry; en realidad, la única semejanza que puede encontrarse hoy es la referencia a temas marinos, por cierto más patentes en la obra de D’Arbre que en la de Valéry[1].

Mencionaremos otros dos libros de poesía, Arbalabra y Presentimientos. El primero, al margen del juego con su propio nombre presente en el título, presenta una curiosa experimentación con el sonido y los palíndromos, prácticamente imposible de volcar a nuestro idioma. Presentimientos, por el contrario, marca la depuración de su decir poético, con un tono más duro y personal, que adelanta el impacto que tendrían sus últimos poemas, publicados póstumamente como Despojos.

D’Arbre también se aventuró en la novela corta con el extraño libro Desayuno, el cual sólo aparenta narrar el desayuno de un hombre. En realidad, la apuesta está centrada en el lenguaje y la forma de narrar. Constantemente se entrecruzan frases que interrumpen el relato, pero es difícil discernir si se trata de pensamientos, fragmentos de sueños de un hombre que aún no está del todo despierto, o advertencias premonitorias sobre algo que ha de ocurrirle durante aquel día.

En los últimos años de su vida, los difusos años de posguerra en los que, literalmente, su biografía se “diluye”, las publicaciones de D’Arbre fueron casi nulas. Tal vez a eso se deba el que algunos críticos (insistiendo en acercar lo que desconocen hacia el terreno en que se sienten más cómodos), vinculen esta etapa de su producción con la de Beckett. Pero existe, creemos, una diferencia importante: Beckett decía no poder escribir, y continuaba escribiendo; en tanto que D’Arbe ni siquiera decía no poder escribir, y efectivamente no escribía. Nada sabemos de las causas de su temprana muerte. Recientemente, el intento por parte del gobierno belga de repatriar sus restos culminó en el absurdo extravío de sus cenizas. Acaso éstas esperen un mejor destino en un anónimo depósito estatal, confirmando la resistencia de este poeta al descanso dócil y la clasificación facilista, aún más allá de su propia vida.

A. P.



[1] Por lo demás, cuando publicó El cementario marino, a nadie se le ocurrió acusar a Valéry de plagiar La Odisea.


De El Castillo de la isla de Jersey

IV

¡Pescados!

¡Me acechan pescados!

Compañeros de hueso,
espinas sin nombre,
dispersas sobre la arena.

¿Cómo entender
tu última bocanada
de aire fatal?

¿Cómo leer el vacío
donde solían estar
tus ojos?

VIII

Incansable,
la marea golpea
la costa de la isla,
y apela al castillo inamovible.

Incansable,
la espuma se precipita,
salpica la arena
y se desvanece.

Incansable,
la bruma marina
corroe relojes, oxida cerraduras,
sala el alma de todas las cosas.

Incansable,
la gaviota hambrienta
chilla furiosa
sobre la playa vacía.

Incansables,
incansables,
incansables,
las olas se arremolinan
unas contra otras
como enemigas fraternas.

De Presentimientos

Asombro

La hendidura
de la herida
donde penetró el cuchillo
secó miserablemente;

asombro
por la extensión cicatrizada,
asombro
por la extensa cicatriz;

asombro
ante la ingenua obstinación
del cuerpo
por sobrevivir.

Accidente

la tinta mancha mis manos
no puedo lavarla
no puedo
no sale

la tinta
es un ácido
que me corroe los dedos

¡miren!
¡miren
las marcas de tinta
sobre mis manos!

cada palabra
supone
una nueva cicatriz

No queda nada

Tarde
tarde
me he dado cuenta
de que el prójimo
no existe para mí

alguien
o algo
ha absorbido la palabra
la ha vaciado
totalmente
de sentido

no queda nada
por hacer
sino
esperar vanamente
que se cosuma
mi llama

De Despojos


Abjuración

- ¿Dónde está Polonio?

- De cena.

- ¡De cena! ¿Dónde?

- No donde come, sino donde es comido.

Shakespeare, Hamlet, IV, 3

Renuncio
a las funciones corporales

ya no me atraparán
con excusas
promesas
con lo que haya que hacer
con lo que sea necesario hacer
con lo que deba hacerse.

Renuncio al sueño
a la vigilia
renuncio a que se distinga algo
que no sea ESTO:

mi cuerpo
mis pies
y mi lengua.

Renuncio a la sed,
al hambre;
aclimato mi cuerpo,
lo entrego al duro signo
de la necesidad
y así lo fortalezco.

Renuncio a comer
(¡nunca lo necesité
y ustedes
viven engañados!)

coma lo que coma
haga lo que haga
el resultado es siempre el mismo:

MIERDA.

De qué sirve
que me alimente
si median contados minutos
entre ingestión
y expulsión
comida
y excremento.

Abjuro de vuestra comida
(futuro excremento)
yo, hombre,
futuro cadáver.

¿A qué retardar
entonces
el futuro?

Quiero encontrarme con él
abrigarlo
abarcar por completo su superficie.

¡Oh sincera gloria
la de la muerte
y el gusano!


Final

oh alba infinita
desangra la carne

abrázame
fabulosa hoguera celeste

despellejados
los dedos
arden

otros preguntarán
qué quiere decir
apostar así
por la anónima riqueza

ah escuchen idiotas
el aullido del loco

qué quiere decir
quién va a–

¡SI el loco se confunde
entre la Multitud!

5.3.08

Dos haikus beat

I

En la basura
las patas peludas
de una cucaracha.


II


Asomado a la ventana
el perro
con su pija erecta.

18.2.08

Haiku


muerdo la granada:
entre los dientes estallan
miles de semillas

2 chicas pop

dos chicas pop
en el subte temprano a la tarde
con remeras a rayas las dos
una verde y blanca
fucsia naranja y amarilla la otra
encimadas
una sobre la otra
tratando de caber en un asiento
pensado para una persona

dos chicas pop
una toma del brazo a la otra
le apoya la cabeza sobre la espalda
y la otra
casi maternal
se deja

una es más gordita
la otra flaca
serían iguales si no fueran
tan parecidas

zapatillas all stars
verdes
marrones
una tiene
un morral cruzado sobre el pecho
la otra sólo la toma del brazo
le apoya la cabeza
tienen
21 o 22 o 23 años
no más ni menos

el vagón se vació
al final del viaje
pero ellas siguen ahí
encimadas sobre el asiento
pensado para una persona
vagamente concientes
de que las miran