4.3.13

Elegía

Each one believing that love never dies,
Watching her eyes and hoping I’m always there.
To be there and ev’rywhere,
Here, there and ev’rywhere.
Lennon-McCartney

16 de marzo de 2005.

1

Hoy murió mi abuela Malena. Un accidente tonto con un golpe serio, una operación pospuesta y una recuperación trabajosa fueron los antecedentes. Los últimos días seguía igual; no había vuelto a despertarse desde la operación. El mundo a veces es cruel en sus intentos de resguardar a los demás, a nuestros queridos viejos: son tan bellos y delicados que pueden romperse con el roce de una mano.

2

Entré varias veces a la habitación de la clínica. Era la primera vez que veía un muerto en mi vida, y me costó ver ahí a mi abuela. Su expresión era distinta (en parte, producto del golpe), y sus pobres brazos se estaban hinchando.
Pero el dolor ya no era por ella, sino por los que estaban ahí: mi abuelo Horacio, llorando por primera vez para mí; mis tíos, mi vieja.

3


El velorio fue muchas horas después, en lo de mis abuelos. Ahí volví a verla, volví a ver a mi abuelo, a mis parientes. Ahora la habían arreglado, tal como a ella le hubiera gustado, y entre sus manos habían puesto un rosario. Parecía un ángel. Llevaba en su cuello el regalo que le hicimos sus nietos cuando cumplió 80 años: una cadena, con varias medallitas. Mi tío José le hizo un chiste a Horacio, si no le había faltado ponerle algo más: “Mi corazón”, dijo con sencillez mi abuelo.

4


Salí al balcón del departamento a tomar aire. Hablaba con mi tío Martín, y le comenté que la noche anterior había leído a Whitman. Intenté describirle la idea de sus versos, de que Whitman no creía en la muerte como tal; ¿cómo podía haber muerte, si la tierra, al recibir los restos y los cadáveres enfermos, ofrecía pastos cubriendo las llanuras en primavera, pájaros trinando, hojas verde-oscuras saliendo de las papas, y la hoja de cebolla, perforando hacia arriba como una lanza?
En el sanatorio, habíamos visto a mi prima Guilli, embarazada de varios meses. ¿Cómo puede haber muerte, con toda la vida que han dejado tras de sí mis abuelos? Somos su fruto, somos las hojas de hierba, la primavera de los días; vivimos todavía, a través de nuestros abuelos y gracias a ellos.


5


En el pasillo que da al dormitorio donde velan a mi abuela, veo los cuadros colgados. Son tres cuadros grandes, tres collages que hizo mi abuelo, superponiendo y pegando infinidad de fotos donde aparecen Malena o él, mis tíos (sus hijos), y nosotros, los nietos. Hay fotos antiguas y recientes; algunas, en blanco y negro. También la foto de los 80 años de mi abuelo, y la de los 80 de mi abuela, enmarcadas aparte en cuadros grandes. Y del otro lado, las fotos del casamiento de ellos y el de los hijos.
Entonces empiezo a entender. Mi abuela Malena no está en la habitación; mi abuela Malena está en esas fotos, porque así era cuando vivía: alegre, pícara e inseparable de mi abuelo hasta la muerte. Está en las anécdotas de los que vinimos hasta acá a despedirnos, y en nuestros corazones.

6


También hablé con mi tío José mientras estaba en el balcón del departamento de mis abuelos. Un horrible edificio que están construyendo enfrente les tapa la vista que tenían, y de la que tengo muchos recuerdos. José me dijo que había pasado un tiempo con sus viejos en enero, y que entonces Malena le había dicho: “Horacio me dice que podemos comprar alguno de los pisos, para poder ver el río…”. Imagino la escena: dos viejos que llegan a un departamento totalmente vacío, avanzan hacia el balcón y van saboreando la vista de a poco, sabiendo que tienen todo el tiempo del mundo por delante.


7

No sé si hay cielo; sí sé, como Whitman, que hay vida, no muerte:

The smallest sprout shows there is really no death,
And if ever there was it led forward life, and does not wait at the end to arrest it,
And ceas’d the moment life appeared.

(El brote más pequeño muestra que en realidad no hay muerte,
Y que si hubo empujó a la vida y no espera al cabo de ella para detenerla,
Y cesó al aparecer la vida.)


También sé que mi abuela aún vive en ese lugar. Sé que mañana no enterraremos su cuerpo, porque su cuerpo ya dejó de ser ella hace tiempo. Ella se esparció en el aire, en el cielo, en la hierba; en nosotros, sus hijos, sus nietos, sus frutos.

17 de marzo de 2005.

8

En el entierro un sol ardiente partía la tierra, y yo estaba muy acalorado con el traje. Hicieron bajar el ataúd, y nos quedamos un rato largo en silencio. Finalmente, rezamos un ave María.
Ahora es de noche, y llueve. El calor del día cayó de golpe hace más o menos media hora, mojando toda la ciudad, incluyendo la tumba recién sepultada. Supongo que así debe ser. Ahora la hierba crecerá fuerte, subirán sus hojas, brotará alguna flor entre el pasto. Y ahí, arriba, abajo, en todas partes, estará mi abuela Malena, que parecía un ángel cuando la despedimos.