Al día siguiente montamos a caballo
para visitar el lugar del combate:
estaba desierto
y las aves de rapiña
cumplían su obra;
sólo algunos carros
cruzaban el campo
lentamente,
cargados de cadáveres,
dirigiéndose a unas zanjas
largas
y profundas
donde desaparecían juntos
vencidos
y vencedores.
(Testimonio de Théodore Lacordaire acerca de
la batalla de La Tablada, 22 de junio de 1829.)
la batalla de La Tablada, 22 de junio de 1829.)
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