10.11.16

Robert P.


Después de dieciséis años, haciendo la acción más banal, me acordé de un profesor que acaso haya sido el mejor que tuve. Era australiano y daba clases de Historia y Literatura. Nunca aprendió bien el español (sus clases eran en inglés), era exigente y severo cuando enseñaba, pero a la vez era capaz de entretenernos y mantener nuestro interés durante la clase completa. Tenía una estrategia didáctica y una capacidad para la enseñanza insuperables. Sabíamos poco y nada de su vida privada, y eso alimentaba nuestra imaginación y las más disparatadas conjeturas. Sólo cuando murió me enteré de que tenía una hija, apenas un poco más grande que yo, que vivía en Australia.
Todavía recuerdo su pasión al enseñar
Hamlet, y su predilección por el poeta T. S. Eliot.
Cuando estaba terminando el secundario, tenía decidido que quería estudiar Letras, pero realmente no sabía si sería capaz de dar clase; de pararme frente a un aula y enseñar algo. Supongo que Robert, sin siquiera saberlo, fue uno de los que me convenció de que sí, que podría hacerlo.
También imaginé que, una vez que terminara el secundario, volvería de visita al colegio para hablar con él, contarle sobre mi carrera universitaria, acaso pedirle algún consejo.
No pudo ser: murió a mediados del año 2000, cuando yo apenas estaba cursando el Ciclo Básico en la UBA. Recuerdo que en ese momento escribí un poema, más por angustia que por inspiración, que me avergüenza un poco por su estilo torpe y que no voy a transcribir.
Ahora, 16 años después, me acuerdo de él y escribo otro poema. Tiene algo de lo que carecía el primero: humor, ironía. Pero hay cosas que siguen ahí, intactas: el afecto, el aprecio, el respeto. Lleva un epígrafe de Eliot que, supongo, a él le hubiera gustado.


lavo la plancha


A Robert Pemberton

For us, there is only the trying. The rest is not our business.
T. S. Eliot


lavo la plancha
para bifes
y pienso en ese profesor
australiano
bebedor de whisky
por las mañanas
alto y corpulento
capaz de transpirar íntegra
una camisa
en apenas una hora

ese profesor
carismático
y severo
que jamás aprendió el español
de quien decíamos
que era socialista
por defender a Fidel Castro
y que –se supone–
hasta había peleado
en la guerra de Vietnam
sin que supiéramos cómo
ni por qué

en ese profesor
pienso
ahora
mientras lavo la plancha
para bifes
porque él nos hablaba
de la mugre
que no pueden erradicar
la esponja
y el detergente
mientras explicaba
los Preludes de Eliot

la luz del sol
podrá quebrarse como una columna rota
el mundo no terminará con un estallido
sino con un quejido
y acaso estemos condenados
a ser hombres huecos
en una tierra baldía–

así y todo
sin embargo
ahora
lavo la plancha
y ese acto
en medio del fárrago intenso
de la vida
tiene un sentido
y un propósito

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