2.7.15

El ciruelo



 Ayer se cayó el ciruelo,
el único árbol antiguo
que quedaba en el jardín.

No lo volteó una tormenta
ni lo partió un rayo;
no cayó por un vendaval
ni tampoco se secó de viejo.

Simplemente se desplomó al suelo,
exhausta su columna vegetal,
agotadas sus raíces
del abrazo perpetuo con la tierra.

Yo que descubrí sobre su corteza
insectos atrapados
en gruesas gotas de savia seca,
yo que rescaté de entre sus ramas
una herradura vieja que alguien olvidó alguna vez;
yo que enmudecí frente a la maravilla blanca
de cientos de flores diminutas
espolvoreadas entre sus hojas
y rescaté sus frutos amarillos
repletos del agua del verano,
no tuve despedida
ni palabras que decirle
al ciruelo.

Mi hijo no lo verá en pie,
no se colgará entre sus ramas;
quizás tropezará con el hueco inmenso
o alcanzará a tocar un tronco,
un pedazo de corteza seca.

El ciruelo
simplemente se arremolinó sobre sí
y exhaló un crujido,
como quien muere solo
con el rostro vuelto hacia la pared.

Octubre de 2012.




2 comentarios:

María Elena Aramburú dijo...

Muy bueno el poema. Tuve la misma experiencia con un ciruelo en mi jardín, hace años, por eso me llega tanto.

María Elena Aramburú dijo...
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