13.11.07

La ampolla de sangre

1

Caminaba por un extenso pasillo.
Las puertas a los costados eran planas e irreales.
Sólo había una verdadera puerta: la que estaba adelante, hacia donde yo iba.
Pero esa puerta se alejaba más y más.
Empecé a correr.
La puerta pareció estirarse hacia arriba.
Pegué un salto y alcancé el picaporte.
Era redondo y dorado.
Le di una vuelta.
Y hubo un crujido.

2

Estaba adentro.
Pero no había manera de descubrir por dónde había entrado.
Hubo un ruido fuerte.
Un polvo como de tiza cayó sobre mis ojos.
La vista se me nubló en la oscuridad.
Y entonces lo sentí acercarse: el cielorraso venía hacia mí.
No se estaba cayendo: venía hacia mí.
Alcancé a extender las manos y sentí un peso infinito sobre mis dedos.

3

Desperté: estaba en mi cama.
Los dedos me dolían.
Supuse que me los había apretado contra la pared mientras dormía.
(Hasta el sueño más irreal se ve explicado cuando despertamos.)
Di vuelta la mano y la vi.
En uno de los dedos había una ampolla de sangre.

4

A veces la miro rápidamente y me sobresalto: como si no formara parte de mí.
Por un segundo pienso: es una garrapata hinchada de sangre.
Otras veces la toco, involuntariamente la toco, y responde con un crujido.
No me parece que vaya a irse.
Al contrario: parece estar creciendo.
Y aunque lo intento, no consigo volver a soñar con el pasillo y las puertas.

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