13.11.07

La pluma de ganso

La siguiente es una noticia que nos llega del año 1190. El general japonés Yoritomo ha creado el título de shogun y reprimido ferozmente todo intento de oposición a su autoridad.

Pero Yoritomo tiene un castigo predilecto que reserva para los crímenes más aberrantes. “La muerte y la tortura”, argumenta, “tienen la desventaja de su ínfima duración.”

En esos casos extremos, se obliga al reo a permanecer de pie sosteniendo entre sus manos una pluma de ganso. Si es capaz de sostenerla durante un tiempo indeterminado, sin dejarla caer, sin moverse, sin vacilar siquiera, entonces recobrará la libertad. (Las crónicas se contradicen en torno de si alguien obtuvo alguna vez semejante gracia.)

El suplicio se lleva a cabo en una habitación diseñada especialmente con el fin de impedir la más mínima corriente de aire. Hay samurais en cada extremo del cuarto, que se relevan de improviso, sin regularidad alguna. En el medio, descalzo y sin cadenas, está el condenado, con la pluma inmóvil.

No es inusual que el malviviente se ponga a observar cada vez más detenidamente la pluma por aburrimiento: el tubo hueco, las barbas aparentemente simétricas pero imperfectas, la blancura desmentida por ínfimos matices de gris y amarillo. Poco a poco, la conciencia de la pluma se abre paso en la mente del condenado hasta volverse insoportable.

Entonces el reo comienza a notar el peso: “No es cierto que la pluma carezca de peso. Puedo sentirlo sobre mis manos inmóviles. Casi puedo precisar qué parte de la pluma es más pesada, y cuánto pesa exactamente”. Ya le tiemblan las manos, a medida que siente cómo aumenta el peso.

Esperando el momento de su absolución, el infeliz puede correr dos destinos diversos. Puede enloquecer afirmando que lo que sostiene no es una pluma de ganso sino una escama negra de dragón, transfigurada con un encantamiento para engañar a los reos. O puede derrumbarse, nadie sabe exactamente cuándo, agobiado por el peso.

A lo largo de horas, días o semanas (es imposible precisarlo porque el cuarto recibe siempre la misma iluminación), el condenado sentirá aumentar el peso, pero no se atreverá a abandonar su posición ni a hacer el más leve movimiento. Sólo podrá dirigir hacia un extremo la mirada, para ver una vez más la sombra del samurai vedando el paso, el brillo de su espada reflejando la luz uniforme entrando por el tragaluz. Y en sus manos, el peso de la pluma, aumentando…

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